viernes, 14 de septiembre de 2007

Varias personas me han solicitado colocar las palabras que pronuncié en el acto de presentación del libro. Bien, lo que sigue es la pauta que me sirvió de base para tratar de establecer un diálogo con el público asistente. Por lo tanto, les pido que lo lean con esa intención y con algo de imaginación.


Palabras del profesor Patricio Calderón con motivo de la presentación de su libro “Conflictos entre profesores y alumnos”.

8 / 08 / 07

Queridas amigas, queridos amigos:

Los que ya hemos alcanzado cierta edad gozamos contando aspectos de nuestra vida en el pasado. Déjenme decirles que siempre me llamó la atención las niñas en las fiestas que nadie sacaba a bailar. Las observaba; analizaba sus comportamientos, sus miradas, sus silencios, sus expectativas no cumplidas, las expresiones del rostro, especialmente cuando se acercaba un joven y …, justo sacaba a la del lado y no a ella…, y así. En ese tiempo era mal mirado que dos niñas fueran a bailar juntas, a nadie se le habría ocurrido.

Creo que en ese momento, de manera más consciente que nunca, se fue desarrollando en mí la característica de empatía, sentir como está sintiendo la otra persona. Demás está decir que las sacaba a bailar a todas las que estaban postergadas, se trataba de pasarlo bien, no de “ligar” como dicen los jóvenes ahora.

Éste es un libro de empatías, principalmente empatías con los estudiantes de pedagogía, con los profesores, con los alumnos, aunque no se deja de lado a los padres y apoderados.

Hace unos años, pregunté a los estudiantes de pedagogía que estaban a un año de egresar de la universidad, cuáles eran sus principales temores para enfrentar un curso. Entre sus respuestas surgieron miedos al rechazo de sus alumnos, perder el control, enfurecerse, agresión de los alumnos hacia ellos, no saber manejar a los niños(as), no saber imponer la disciplina, (Fíjense el lenguaje que usan) “convertirme en la vieja gritona”, entre otras respuestas.

¡Había bastante quehacer como ustedes pueden darse cuenta! Si estaban sintiendo de esa manera, entonces había que acompañarlos a resolver juntos esos conflictos mentales que presentaban. Ese es un caso de empatía. Éste es uno de los orígenes de mi investigación en que se basa el libro.

También hay empatía con los profesores de las escuelas y liceos, para entender sus momentos de luz y sombra, es decir, sus aciertos, alegrías, esperanzas y sueños cumplidos, así como desaciertos, desazón, arrepentimientos, incertidumbre, penas.

Empatía con los niños y niñas que no atienden en la clase, a los que no se comportan como el resto, a los que gritan interior y exteriormente y que no hemos escuchado.
A los padres y apoderados para que aprendan a darse tiempo para dialogar con sus hijos o pupilos sobre los temas que a ellos, a los niños y niñas les inquietan, sin imponer sus puntos de vista pero sí sabiendo transar los límites permitidos.

En fin, aquellos que han conocido mi trayectoria académica, saben o deben recordar que dedico bastante tiempo en mis clases a construir junto con los estudiantes un ambiente basado en la empatía para establecer un clima de convivencia agradable, en que todos se sientan cómodos y alegres. No puede haber convivencia si ésta no se ha construido.

Es la construcción de una base afectiva sobre la cual se va a sostener la fase cognitiva o intelectual. Suelo decir a mis alumnos de inglés: “Nodoby should teach anyboby if this nobody doesn’t love the anybodies” en una suerte de juego de palabras, “ningún profesor puede pretender enseñar bien a nadie, si este profesor no ha aprendido a querer a sus alumnos”. Y para llegar a querer a alguien, usted debe conocer “algo de la vida” de esa persona. Para que esa persona le cuente algo de su vida, usted debe ser empático y hacer cosas agradables para ella. Considero que el aprendizaje indudablemente es un medio para disfrutar nuestra vida.

Si nos hemos aprendido a conocer, con mayor razón, nos aceptamos, ponemos las reglas del juego en forma clara, como educadores damos el ejemplo, llegamos a acuerdos con los alumnos y aprendemos a ser afectuosos pero con firmeza, entonces difícilmente nos vamos a hacer daño mutuamente. En síntesis, aprendemos aquello que nos afecta emocional y cognitivamente.

De esto también trata el libro.

En verdad el dispositivo presenta una combinación de elementos que funciona como una red, en donde cada profesor puede escoger el hilo o la punta de la madeja que desee o que se ajuste a su problema particular para llegar a resolverlo.

No obstante, si no se ha logrado construir la fase emocional esencial para el aprendizaje, entonces hay mayores probabilidades que surjan conflictos que fácilmente pasen a convertirse en hechos de violencia, o peor, de agresión.

También trato este tema en el escrito. Pues hemos tenido la oportunidad de dar a conocer las representaciones libres del profesorado y del alumnado para estar al tanto en forma concreta de sus impresiones, las cuales nos han dado un cúmulo de información para ser estudiada. Repasemos sólo un par de casos, primero, cuando la profesora le entrega una prueba con un mal resultado al alumno y éste la arruga y la arroja al papelero. La profesora lo increpa diciéndole: “Oye roto, insolente, eso no se hace. Recoge la prueba, plánchala y hazla firmar por tu apoderado, ¿qué te has imaginado?”. Segundo caso, aquél en que una profesora se dirige a un alumno sin usar su nombre verdadero, sino un sobrenombre (“flojito”); los alumnos responden pidiendo que no los insulte, cuestionando su autoritarismo, ignorándola, descalificándola, e incluso dándole lecciones: “…como persona adulta tiene que saber controlarse y medir sus palabras porque hieren”; “usted no debería decirme sobrenombres; usted es una mala profesora…, me baja la autoestima…¡vale hongo!” estos son casos claros de cómo la violencia engendra más violencia.

Debemos recordar que la democratización de los canales de comunicación implica redefinir la autoridad. Asimismo, la equidad está en el escuchar y el expresar las ideas en un ambiente de respeto. Su lugar se legitima cuando es trasmisora de acciones de justicia, cuando favorece la cooperación y reconoce la autonomía. La justicia sólo tiene sentido si es superior a la autoridad.


De esta manera, creo haber cumplido entregando una contribución a los futuros profesores que, por muchos años, han manifestado que en su formación pedagógica “nunca nos hablaron de esta realidad” o peor, “hay un abismo de diferencia ente lo que vimos en teoría en nuestra formación inicial y lo que estamos ahora viviendo en los colegios”.

Agradezco a todos ustedes haber aceptado estar con nosotros. A tantos queridos ex estudiantes de esta casa de estudios de sus sedes de Valparaíso y de San Felipe, a mis estudiantes actuales de pedagogía, a los alumnos de las escuelas y liceos, (me encanta tenerlos aquí) a las personas del MECESUP, a mi hermana, hijos, tío querido que de una alguna manera reemplaza a mi padre que hace tiempo está en el cielo…, agradezco asimismo a mi profesor Michel Caillot, quien al finalizar mi examen de grado hace cerca de tres años, me dijo: “Tu dois publier ce travail !” - c'était un défi pour moi, bien sûre!- (“¡Tú debes publicar este trabajo! – era un desafío para mí, por supuesto). Gracias al Sr. Secretario Ministerial de Educación, Don Cristián Rojo, por su documentada, entretenida y bien inspirada presentación a mi libro, al profesor Eduardo Hess por su hermosa presentación escrita en el dispositivo y al Decano, René Flores, por su ilustrado prólogo.

Espero que ese posible signo de interrogación que tenían al iniciar este evento, se transforme en cientos de signos de interrogación para buscar respuestas a nuestros desafíos. De otra manera, si no tratamos temas como éste más daño nos seguiremos haciendo los profesores y los alumnos. En otras palabras, si no acogemos esta invitación corremos el riesgo como profesores de seguir poniéndole el hombro y seguir cuidándonos las espaldas.

Ayudar a quebrar el círculo de la violencia es romper el silencio, silencio impuesto por largo tiempo y que ha perjudicado, sin lugar a dudas, la calidad de la educación.


Creo que todos deseamos que exista un buen clima de entendimiento entre profesores y alumnos, modelo que incluso pueda redundar con mayor ímpetu en una mejor relación entre los propios alumnos, y entre ellos y sus padres; en suma una educación que traspase e impacte positivamente la convivencia entre educandos y entre éstos y sus familias.


Muchas gracias.


martes, 11 de septiembre de 2007

Karen Machuca es una connotada estudiante de 5º año de la carrera de Pedagogía en Castellano de nuestra Universidad de Playa Ancha. Ella fue distinguida como una de las mejores practicantes el primer semestre del año 2007.

He querido compartir con ustedes sus visiones, escritas después de haber asistido a la presentación del libro, a mi charla sobre los detalles de esta investigación frente a los nuevos practicantes de las carreras pedagógicas durante la tercera semana de agosto de 2007 y naturalmente, después de haber leído la publicación.

Invito a todos aquellos alumnos(as) de educación básica y educación media, futuros profesores(as) y profesores en servicio que se sientan motivados por las palabras de Karen, a expresar sus percepciones respecto a este escrito y a sus propias experiencias vividas en el colegio o universidad.


LA REALIDAD DEL CONFLICTO

Karen Machuca

Cuando era escolar tuve muchas clases de profesores/as. Algunos/as hasta hoy se convierten en un modelo para mi labor, pero otros/as se han convertido absolutamente en lo que no me gustaría ser cuando ejerza esta profesión.

Uno muy especial, fue uno de mis profesores de Matemáticas. Llegó cuando íbamos en 7° u 8° básico, en un colegio católico femenino. Generalmente, nosotras estábamos acostumbradas a un control y exigencia bastante asombroso, que iba por supuesto desde no maquillarse, no usar joyas, no usar más de una media, no teñirse el pelo, etc. hasta no pararse del puesto, no conversar en clases, jamás decir una mala palabra, jamás faltarle el respeto a alguien (aunque la definición de “respeto” también era discutible), etc. Debo aclarar que junto a estas normas disciplinarias, existían otras en relación a valores y a notas que eran de una exigencia, que hoy como profesora, considero excesiva. Aún así este método, como los que mayoritariamente se utilizan en la educación de nuestro país, eran y siguen siendo considerados efectivos.

Bueno, volvamos a lo del profesor.

Resulta que la primera vez que el sujeto en cuestión llegó a la sala de clases, entró dando un portazo. Como nadie reaccionó de la forma en que él esperaba, tiró sobre la gran mesa del profesor el libro de clases más otros libros, consiguiendo así un efecto violento y descontextualizado para mi gusto.

Ahora que tengo un poco más de experiencia y que he podido visualizar distintas realidades escolares, me he dado cuenta que la indisciplina de mi ex colegio, es disciplina en otras escuelas, y que nuestras malas actitudes y comportamientos serían “suaves” en cualquier otro lugar que no fuera ese. Aún así, ninguno/a de mis profes anteriores a este vociferante sujeto, había sido tan exagerado en su trato, menos el primer día que llegaban a la sala. Y las cosas continuaron empeorando.

Cuando entré a la universidad escuché por primera vez la frase “pedagogía del terror” y fue en este momento de mi vida cuando pude comprender lo terrible y complicado que es vivirlo. Un día aquel profesor (que por supuesto tenía favoritismo claro por una alumna llamada Fernanda) hizo una interrogación en la pizarra. Obviamente, la primera persona que salió fue la que conversaba, en este caso, Ana. Afortunadamente resolvió bien su tarea, pero el profesor le dijo a Fernanda que borrara la pizarra y que ella hiciera otro ejercicio que en este caso, también resultó correcto. Sin embargo, cuando llegó el momento de poner las notas el profesor no recordó si el ejercicio de Ana estaba o no correcto y a pesar de lo que dijimos todas, le creyó a Fernanda que dijo que al parecer estaba mal el resultado.

Resumiendo, el profesor puso un uno a Ana y un siete a Fernanda, a pesar de los reclamos y defensas por parte de todas las demás.

Pasaron los días y la mamá de Ana se enteró de la situación. Por supuesto, fue a hablar con la directora del colegio, que a la vez era nuestra profesora jefe. Entonces, la directora y el profesor fueron juntos a la sala y ella explicó que él se había dado cuenta de que había cometido un error y quería ofrecer disculpas. Luego de esto, y ante la sorpresa de todas, pidió disculpas tranquilamente a Ana y a todo el curso, y la directora se fue.

Cuando quedamos solas, el profesor (que pasó rápidamente de un estado humilde y sincero a retomar su común color rojo, sus ojos casi desorbitados y su tono vociferante) tomó el libro de clases y con un corrector mostró efusivamente a todo el curso cómo borraba la nota diciendo en tono irónico, y por qué no maléfico: - ANA, aquí está tu siete, te borré tu uno, aunque por supuesto es la nota que te merecías. ¡¡¡¡¡¡¡¿Alguien más quiere un siete de regalo?!!!!!!

Quizás esta situación no sea tan terrible comparada a otro tipo de realidades, en que los/as profesores/as han llegado a golpear a sus alumnos/as o en que ha pasado al revés. Quizás este ejemplo no sea nada comparado a que las armas se han metido en los colegios y en las salas de clases y la violencia es pan de cada día.

Pero vivir cualquiera de estas situaciones te marca. Tarde o temprano te hace cuestionar lo difícil que es ejercer de forma positiva esta profesión y te hace desear no llegar jamás a ese punto en que pasas a ser un dictador, e incluso un tirano, dentro de la sala de clases. Entonces, debemos definir cómo queremos desarrollar nuestro quehacer, si queremos ser el/la profesor/a que recuerdas toda tu vida porque te educó, en todos los buenos sentidos que tiene la acción, o ser recordado como un trauma en la vida de alguien.

Probablemente, también haya que tener en cuenta otro aspecto. En aquellos años y aún ahora, los/as profesores/as han tenido que trabajar muchísimas horas a la semana para poder ganar un sueldo justo y así es muy difícil hacer bien tu trabajo. Primero, porque significa mucha carga laboral extra, es decir, hay mucho trabajo “para la casa” que hay que desarrollar en la mayoría del tiempo restante. En segundo lugar, porque si eres un profesor/a de cursos de 45 alumnos/as y tienes aproximadamente 8 cursos, educas a 360 alumnos/as y esto provoca, de una u otra forma, que no puedas hacer bien tu trabajo. Con la excepción de aquellos/as profesores/as casi sobrenaturales - por llamarlos de un modo-, que aún así continúan siendo buenos/as docentes. Por supuesto, todo lo anterior, más muchos otros asuntos de diversas consideraciones, hacen que muchos/as de los/as profesores/as de nuestro país terminen estresados, odiosos, histéricos o desanimados.

Volviendo a la historia.

Quiero decir, que la impotencia que como curso sentíamos llegaba a ser triste, pues parecía irrisorio pensar que esto estaba sucediendo. Fue en ese momento de mi vida, en que viví lo que es la famosa “pedagogía del terror”, que no es más que ejercer control y poder a través del miedo, a través de la amenaza, la ironía, la burla y la soberbia. Y uno como es joven o niño/a, muchas veces no llega a comprender por qué suceden estas cosas y, de una u otra manera, llega a naturalizar que la educación sea así y que las características más comunes de un/a educador/a sean esas y no otras. Y así todo se convierte en un error, pues la pedagogía siempre debe involucrar mucho amor, y el problema es, que la mayoría de las veces, eso es lo que más le falta.

Para terminar el cuento, el famoso profesor fue despedido y espero sinceramente que en algún momento se haya cuestionado su vocación.

Bueno, en esos tiempos (hace aproximadamente diez años) y todavía hoy, carecemos de libros que puedan contribuir a que casos como el anterior, y otros peores puedan cambiar de rumbo. Entonces aparece el libro “Los conflictos entre profesores y alumnos. Del aburrimiento, desmotivación e indisciplina en la escuela” del profesor Patricio Calderón, que no sólo es un gran aporte para la teoría del conflicto, sino que además baja a esta de un nivel abstracto a la complejidad y veracidad de las situaciones reales.

Si bien, el profesor Calderón no fue nunca mi profesor, se nota que la vocación no se ha “escapado” de su vida. Esto se refleja claramente en las características de esta investigación, que además de la seriedad necesaria, combina muy bien la creatividad, la teoría, la metodología y la reflexión. Además de, por supuesto, una cuota notable de cariño. Y nunca debemos dejar de valorar los trabajos que están hechos con el corazón, y no es que quiera que la educación se vuelva melosa, pero en estos tiempos se necesita más amor en el mundo.

No dudo, de que los lectores, que espero sean muchos, den el valor que le corresponde a este libro y creo que es absolutamente necesario que libros como este sean de uso masivo, que estén en los colegios, que sean discutidos y reflexionados por los/as profesores.

Cuando uno/a recién se convierte en profesor/a, las dudas permanentemente están en tu cabeza. Uno intenta responderlas y encuentra soluciones muy éticamente posibles o correctas, no sé cómo llamarlo. Es como algo innato, aún nos queda algo de estudiantes y comprendemos lo que significa ser castigado, insultado, ignorado, incomprendido.

Quizás con el tiempo el sistema se apodera de ti y, como dicen muchas estadísticas, aquellos/as que querían cambiar la educación y el modo de verla, se convierten en lo mismo que criticaron con rigor. Quizás uno cambia de lado, se va a la mitad delantera de la sala, ya no está “molestando” o riéndose atrás. Está en el banco del profesor y finalmente, ES profesor. Y no sé por qué razón ni motivo, parece que al primer signo de indisciplina nos surge el peor de los profes que conocimos, a lo mejor, podemos controlarnos, darnos cuenta del error, pero puede que en otros casos, lleguemos a ser lo que no queríamos.

Pero para qué ser tan negativos. Si tenemos presente que somos seres perfectibles y que necesitamos serlo, es decir, que necesitamos educarnos constantemente y para siempre, todo podrá ser más fácil y mejor. Debemos comprender que si olvidamos la reflexión o lo necesario que es nutrirse constantemente con fuentes ricas y efectivas, estamos perdiendo el tiempo. Nosotros/as no debemos perder jamás la capacidad de aprender, pues si no, cómo pretenderíamos educar. Por esto, este librito verde, no sólo se convierte en una de estas fuentes, sino que también se erige como fundamental para entender aquello que en nuestro país estaba en tinieblas.

Este libro se presenta como una herramienta útil y efectiva, sobre todo para la reflexión. No sólo nos hace repensar nuestras actitudes ante el conflicto, sino que también nos ayuda a dilucidar cuáles son las mejores formas para enfrentarlo, sin naturalizarlo y en dirección hacia una construcción que siempre vaya en favor de la convivencia.

Por la forma de la investigación, este libro no sólo se diferencia de los pocos que se refieren a esta temática, sino que también, trata los contenidos de una forma muy clara y honesta. Utilizo la palabra honestidad, pues realmente se puede vislumbrar que esta fue una investigación hecha con cariño y con un objetivo claro en pos de una mejor calidad de educación, calidad que se nombra mucho, pero que lamentablemente poco se desarrolla en nuestro país.

Debo agregar que el libro resulta bastante entretenido, y rescato absolutamente esta cualidad, pues aunque aún hay gente que cree que la educación debe ser aburrida, pues esto se relaciona con su seriedad, confiabilidad y veracidad, estoy convencida de que el dinamismo y el ejercicio creativo, muy bien manifestados en esta publicación, son competencias esenciales en la educación que hoy debemos entregar. Basta de ser esos/as profesores/as que dan sueño. ¡La educación no puede dar sueño!

Comentario aparte, necesitan las ilustraciones de Marko Torres, pues queda muy claro que se basan en observaciones verdaderas de situaciones ocurridas dentro de la sala de clases. Además de expresivas, reflejan muy bien no tan sólo el actuar, sino que también el sentir de profesores/as y alumnos/as involucrados en escenarios conflictivos. Hacen de este libro una representación fidedigna de lo que ocurre en las diversas realidades educativas de nuestro país y reflejan además características claves de nuestra idiosincrasia.

No me queda más que decir: ¡Léanlo! Podría resumir contenidos, indicaciones, sugerencias o temáticas, pero la gracia de descubrirlas es un valor que no podemos abandonar. Léanlo, devórenlo, y luego reflexionen, comenten, valoren y utilicen lo aprendido en su quehacer pedagógico. Recomienden este libro, como yo lo hago ahora, pues si logramos reconocer su valor, sabremos que es necesario que trabajos como este sean difundidos de forma masiva.

Doy otra vez las gracias al profesor Calderón por esta investigación, pues no sólo me ha servido para cuestionar ciertas prácticas negativas que sin querer ejercía, sino que además ha dirigido mi quehacer por un buen camino. Debemos entender que si no cambiamos la educación desde adentro, será difícil cambiar sus leyes externas. Sin alma, el cuerpo sólo es adorno. El valor de una mejor educación la dará un cambio profundo en sus profesores/as y encargados, no la construcción de edificios. Si bien, estos son necesarios para mejorar las condiciones en que nuestros/as alumnos/as se educan, no sirven de nada si no conllevan un cambio en la forma de ver las cosas.

Y esta es nuestra tarea, nuestra difícil, pero noble tarea.